Esta noche en la Plaza Catalunya, siguen bajo una intensa lluvia, los indignados. Claro que si el asunto sigue así, los que vamos a estar más que indignados somos los barceloneses que nos han secuestrado el centro de la ciudad sin pedirnos permiso.
En una de las tiendas, alumbradas con una vela, un grupo de chicos y chicas estaba celebrando una sesión de yoga, karma o algo por el estilo, porque todos, en el suelo y situados uno detrás del otro, oficiaban una especie de ceremonia. No se si lúdica o de que especie.
En otras tiendas la gente se ocupaba de la intendencia. Imagino que de la cena. Cocina y demás. Los jardines de la plaza se han ocupado en parte por estos personajes y están hechos un desastre. Por doquier florecen las pancartas, carteles, anuncios, denuncias, con los más diversos estilos, material y ortografía. He localizado uno que parece ser de húngaros que se han sumado a las celebraciones o manifestaciones de los “indignados”.
También hay comisiones. He visto una de informática y otra de gente mayor. Y había dentro un señor con canas, ya entrado en años, con camisa y corbata. Debía ser el único en toda la plaza.
No se qué pensaran los miles de turistas que vienen diariamente a Barcelona del acontecimiento. O se lo explica el guía de turno o tendrán ellos mismos que hacer sus propia composición de lugar. Imagino que a primera vista, así un poco de lejos, puede semejar todo este enjambre de plásticos y lonas, como un “happening”, a lo mejor una muestra de arte o pintura, abstracta, surrealista o lo que sea. Pero cuando uno se acerca, lo cutre y lo desastrado lo invade todo. Y entonces uno no sabe en realidad qué coño están haciendo aquella gente allí. Y si ellos tienen derecho a ocupar la Plaza Catalunya, por no sé que principio y otros no.
Está claro que somos mayoría los que nos revelamos como profundamente insatisfechos de muchas de las cosas que están sucediendo en nuestra sociedad. Pero identificarnos con los señores de la plaza Catalunya es otra historia.