¿Sorpresa?. No. ¿Que las elecciones europeas hayan dado paso a los radicalismos y a algún extremismo?. No, en absoluto. Sorpresa ninguna. ¿Qué es lo que esperábamos?. ¿Loas y aplausos a las estructuras de Bruselas?. No. ¿A la construcción europea?. No. ¿A la política de contención, de recortes, de austeridad dictada por la Comisión y bendecida por el Banco Central europeo?. No. ¿O es que tenían que quedar en la nada, en la nube, las protestas de la calle de los ciudadanos indignados con la crisis en Grecia, en Portugal, en España, en Italia?. La memoria del pueblo es a veces fugaz, pero no tanto como para perdonar escaseces, dificultades y paro. Sí, es cierto que todo ello se ha atribuido a Europa, a la Unión Europea, aunque la Unión no es culpable de todo lo que ha sucedido. Pero las políticas de austeridad , de equilibrio presupuestario han partido de los gobiernos del norte europeo. Los rescates se han llevado a cabo con el fin de salvar el magro equilibrio financiero de la Unión. Pero los rescates han dejado huella, una huella profunda que se ha traducido en la voluntad de cambio de muchos ciudadanos, de muchos electores.
Mientras Europa ha funcionado en lo económico, nadie o pocos se han opuesto frontalmente al proyecto. Los euroescépticos eran más bien pocos. En Alemania los de “Alternative für Deutschland” fueron los primeros que empezaron a protestar porque su país pagaba lo que a su juicio no le correspondía. Y se oponían al euro. Querían que se volviera al marco o se introdujera el euro/norte y el euro/sur. Pero está claro que cuando no falta lo más elemental y la gente vive con cierta despreocupación, uno no se pregunta si el entorno va a producir problemas o no. Por tanto, en una época un tanto dilatada, la comunidad Europea se aceptó, fundamentalmente porque no generaba problemas que los ciudadanos pudieran percibir como algo inmediato, que tocaba a sus bolsillos. Pero cuando el rumbo empezó a torcerse, se buscó con más ahínco dónde podía estar el origen del mal. Y el mal no estaba en la falta de eficiencia, de competitividad de las empresas de los países más débiles, de los gastos excesivos que habían producidos déficits fantásticos. No, el mal, no estaba en estas latitudes. El mal estaba en quien obligaba a que esto cambiara y se pusiera orden en bolsillos y haciendas. Merkel, la jefa del cotarro europeo era la responsable. La fortaleza del euro era la responsable de que todos tuviéramos que agachar la cabeza. ¿Teníamos por ello que estar agradecidos a Europa, a la Europa que había creado paro y pobreza en tantos Estados?. No, nunca. ¿Teniamos que entonar el “mea culpa” y asumir que la responsabilidad de tanto desatino era nuestra y solo nuestra?. No, claro que no.
Por esto, cuando llegó la hora de votar, la mitad de la población no quiso saber nada del asunto y un porcentaje sustancial de la otra mitad expresó su enfado, su irritación y su cansancio. El cansancio de Europa. Buscando el refugio del nacionalismo. El fenómeno Le Pen. O la búsqueda, la huida hacia el paraíso : el éxito de “Podemos.”
Termino, como he empezado. No ha habido sorpresas en estas elecciones del domingo. La sorpresa habría sido que el entusiasmo por Europa se apoderara de los votantes. Pero los votantes, en su inmensa mayoría son conservadores. “No me toquen lo que es mío” . Y cuando esto se pone en cuestión y se genera un peligro, y uno es más pobre la reacción se produce.
Nada más lógico. ¿O qué se esperaba?.