En una hoja «excel» aparecían los datos. Todos reveladores. En columnas. A la izquierda Ferrovial como entidad que ingresaba las cantidades pactadas. Luego aparecía el tesorero del partido, de Convergencia, al cual se le transferían la mayor parte de las sumas. Esto es lo que correspondía al 2,5% del importe de la obra contratada y que había sido adjudicada a la constructora. El resto, el 1,5% se destinaba a retribuir a los «administradores», «cobradores» o lo que se les quiera llamar, encargados de que el mecanismo funcionara con la adecuada lubricación. Millet actuaba de gran preboste y Montull de ayudante de cámara. La hija, Gemma Montull ha dicho a los jueces que Millet estaba en todo. Que el control era total. O sea que la empresa funcionaba y la gestión era impecable. No había problemas de «liquidez» porque todo el mundo cumplía con sus obligaciones. Esto es o pagaban o desaparecían de la escena.
Vistas así las cosas, Convergencia- y ello no fue una excepción en el marco del sistema de partidos- funcionaba como una empresa de servicios. Prestaba un servicio a las constructoras, mediando a fin de que pudieran conseguir un contrato público. Y estableciendo como remuneración al trabajo realizado un exiguo 4% sobre el importe de la obra. Importe que viene a ser una «comisión» , que imagino debían entender «modesta» dada la magnitud de los importes y de los desvelos del político de turno encargado de la gestión. De este 4% como he dicho, se atendían los gastos del personal que se ocupaba de estos quehaceres. Esto es el duo Millet/Montull que actuaban también como auténticos «freelance» a comisión.
Con este panorama, todos contentos. Los de dentro, naturalmente. Las constructoras se aseguraban la continuidad del negocio y de las contratas. Esto costaba unos dineros, pero de este modo pasaban por delante de la competencia o de los ilusos que ingenuamente creían que todos jugaban con las mismas cartas. Y los políticos se aseguraban también unas fuentes de financiación que nunca hubieran podido encontrar en los afiliados. El sistema funcionaba y nadie, durante muchos años levantó la voz. El partido procuraba repartir favores y prebendas. «A este no le hemos dado nada, desde el pasado año». «Bueno, la próxima contrata se la adjudicamos, que ya se lo merece». «Es un tipo serio y paga religiosamente.»
Claro, un partido hegemónico como fue Convergencia, necesita dinero. Mucho dinero. Y por lo que sea los políticos nunca se pusieron de acuerdo para encontrar una fórmula que permitiera la transparencia en el manejo de los fondos dirigidos a los partidos. Con toda seguridad no estaban interesados en buscar la solución. En realidad, ya la tenían. Muy heterodoxa pero funcionaba.
El Fiscal Sanchez Ulled ha ido desgranando al Tribunal con paciencia, sin alzar la voz, los detalles del negocio. Y ha adornado sus preguntas con algunos de los documentos contenidos en los 60.000 folios de la causa. Sí, pruebas bastante contundentes. Difíciles o imposibles de refutar. Técnica y profesionalmente Sanchez Ulled lo ha preparado y lo ha hecho bien.
¿Y ahora qué?. El juicio no ha hecho más que empezar. Pero ya ha dejado al descubierto muchas vergüenzas. Las finanzas de Convergencia. La corrupción. El oasis catalán.