Leo en un artículo de un corresponsal de la Unión Europea del semanario Der Spiegel, de hace algún tiempo: “El egoísmo de los países miembros va en aumento “. Y añade “ si en la Unión no se produce un avance significativo en el proceso de integración, no sobrevivirá.”
Sí cierto. Hoy en la UE se mira hacia adentro, más hacia los intereses particulares que a los comunes. Ha pasado, ha muerto la época de los entusiasmos, de las adhesiones sin reservas al proyecto europeo. Ahora cada Estado se pregunta si la UE le beneficia o no. El Brexit ha contribuido al escepticismo y también las aceradas críticas de muchos países del Este que llegaron en estos últimos tiempos.
Igualmente la imágen comunitaria ha venido lastrada por el deterioro económico que se ha vivido en los últimos diez o doce años. La crisis evidenció las diferencias entre unos y otros. Entre el Norte y el Sur. Y en qué medida las recetas impuestas por el BCE lesionaban más los intereses de unos u otros. El objetivo de la unión económica y financiera se ha revelado demasiado complejo para integrar a países con niveles de riqueza y sensibilidades distintas. Las reacciones de países de la relevancia de Italia ha constituido un toque muy serio a los intentos de avanzar en aquella integración. Ni Merkel, ya de salida, ni Macron se creen de verdad que hoy la UE pueda progresar, al margen de unas buenas palabras y mejores propósitos.
¿Que quedará finalmente de lo que fue el gran proyecto europeo ? ¿Puede entenderse la situación actual como un descanso, un alto en el camino para coger fuerza y seguir en los objetivos que alumbraron su nacimiento?
Voy a interpretarlo así.
Pero no estoy demasiado seguro.